martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 3 Verdades a medias

En dos semanas cumpliría 19 años, precisamente en un día en el cual la noche sería con luna llena, según las cartas astrológicas que tenía Astaroth. Él era uno de los amigos de mi padre, un oscuro que era mano derecha de Azrael, la diferencia entre Astaroth y los otros oscuros, era que él, había perdido la capacidad de volar, sus alas no le servían para hacer esa acción. No sabía que había de malo en ellas, y no quería incomodarlo con esa pregunta.

Estaba demasiado nerviosa, pensativa y distraída. Tan solo sentí una sacudida y un fuerte agarre. Me voltee con toda la fuerza que pude emplear en ese momento y dejé impactar mi puño cerrado contra algo duro, un grito furioso me hizo abrir los ojos tan grandes que parecían platos…



Capitulo 3



Aun con el antebrazo presionado con fuerza había dejado de luchar. Aquellos ojos obscuros llameaban enfurecidos mientras una dura expresión formaba una línea recta en sus labios. Me sacudí nuevamente pero solo logré que apretara más el agarre provocándome dolor.


—Este no es precisamente el trato que debe darse a las personas —su voz era grave y molesta.
—Tú no eres una persona. Además ¿Quién te da derecho de sorprenderme de esa forma? —repliqué con igual molestia.
—Vaya —sonrió —al parecer la niña tiene su carácter —un tono que delataba menosprecio acompañó su sonrisa.
—Los renegados suelen ser tan imbéciles. ¡Suéltame! —le ordené.
—No. Si lo hago entonces correrás.
—Te lo advierto —apreté más mi puño tensando mi brazo entero mientras la mochila resbalaba por él.
— ¿Oh qué?


Lo miré retadora, mientras mis labios se apretaban en una dura línea y mis nudillos se volvían blancos al resentir la fuerza ejercida en mi puño. Él aflojó su agarre, su mirada nunca perdiendo la mía, ni un solo pestañeo o temblor de sus pupilas. Mis ojos vacilaron por un momento dando una rápida mirada a mí alrededor, pronto localizaron a uno de los oscuros, pero no serviría de mucho. ¿Por qué se molestarían en ayudarme?

Sentí el agarre aflojarse en mi muñeca y mi brazo cedió ante el peso de la mochila, cayendo a mi costado y mis cosas al suelo. Había olvidado cerrar la cremallera y mis cuadernos cayeron fuera de su sitio. Rápidamente comencé a recogerlos, pero cuando quise tomar el cuaderno negro este se encontraba en posesión del renegado.


—Interesante composición ¿la escribiste tú?
—Eso no te interesa, devuélvelo.
—Esto, describe la caída del cielo. No de los caídos que conoces comúnmente, sino de un arcángel que cae directo a su muerte —nunca había pensado en interpretarlo de esa manera, pero justo ahora no tenía tiempo de analizarlo. — ¿De dónde lo sacaste?
—Eres el menos indicado para darte explicaciones, ahora, devuélvelo —extendí la mano en su dirección.
—Eres una chica muy quisquillosa ¿sabes? —Fruncí los labios en una mueca de molestia — ¿Cuál es tu nombre?
—Eso no te importa— intenté arrebatarle el cuaderno pero lo levantó sobre su cabeza, sin duda era mucho más alto que yo, en un mal cálculo diría que media cerca de los 1.90 metros.
—Y no eres muy educada. Dime ¿Qué tipo de inquilina eres?


Esa pregunta me dejó poco tiempo para pensar en algo. ¿Qué podría decirle? Él era un caído pero yo, ¿yo que era? Quizás podría decirle que era una bruja, tal vez me creería eso. Mi boca se abrió pero volvió a cerrarse en cuanto vi un rostro familiar a unos cinco metros de distancia, una oleada de alivio me invadió y entonces levanté un brazo, y llenando mis pulmones con todo el aire que pude, grité fuertemente:


— ¡TERIOS!


El renegado se llevó las manos a los oídos, aun con mi cuaderno en una, y los cubrió ligeramente mientras hacía una mueca que expresaba un ligero dolor. El minotauro volteo y al verme agitar el brazo tan enérgicamente corrió de inmediato hacia nosotros, sin embargo alguien fue más rápido y llegó antes que Terios.


—Avísame la próxima que hagas eso—se quejó el caído.


Sintió un tirón en su mano y vio a Zagiel llevarse el cuaderno a la altura del pecho. Su mirada era iracunda. Estaba completamente erguido y miraba al caído directamente a los ojos, ambos tenían la misma estatura. Los azules ojos de mi hermano se veían encendidos y amenazantes. Paso a un lado del renegado golpeándolo con el hombro y se paró junto a mí.


— ¿Estás bien? —me miró y sus ojos se suavizaron.
—Sí, no te preocupes —Zag tomó la mochila de mis manos y metió el cuaderno negro en ella, tiró de la cremallera cerrándola y colgó la mochila a su hombro.
— ¡Zagiel! —La voz de Terios le hizo voltear — ¿Está todo bien? —me miró preocupado.
— ¿Tu lo llamaste? —Zagiel me miró y después devolvió la mirada a Terios.
—Si a llamar te refieres a gritarle amenazando con romper mis tímpanos, sí, lo llamó —intervino el caído.
— ¿Aun sigues aquí? —la voz de mi hermano sonó como una advertencia.
—La chica y yo estábamos teniendo una agradable conversación.
—Más bien, parecía que estabas acosándola —Terios miró al renegado, de la misma forma en que lo hacía Zagiel.
— ¿Podemos irnos ya? —tomé el brazo de Zag esperando poder marcharnos cuanto antes.
—Podemos terminar esta conversación después, linda—el pelinegro me lanzó una sonrisa que no correspondí.
—Aquí se termina la conversación. —Se apresuró a responder Zagiel lanzándole una gélida mirada. —es hora de irnos Kayla.


Me pasó el brazo por encima de los hombros en una señal protectora, pero al mismo tiempo me hacía caminar. Nos alejamos del caído con la compañía de Terios. Podía sentir los tensados músculos del brazo de mi hermano, lo miré de soslayo y su mandíbula estaba rígida, frunciendo los labios en esa dura línea que mostraba solo cuando estaba muy molesto o preocupado, o en ocasiones, cuando asumía el papel de hermano celoso y sobreprotector. Pero no le había agradecido nunca ese papel hasta ahora.


La puerta se cerró de un golpe sordo y mi mochila cayó sobre el piso. Terios se había quedado cerca de una mina que había al norte de infra tierra, no sabía porque habíamos caminado tanto, rodeando tanto el camino estrecho y directo a casa. Suspiré aliviada de poder estar en casa e inhale ese delicioso aroma proveniente de la cocina. Mi hermano se dejó caer sobre el sofá con las piernas extendidas, dejando ver lo larguirucho que era. Sus brazos completamente extendidos también sobre los brazos del sillón individual. Me limité a recargarme de la pared sobre mi hombro y con mi mano contraria comenzar a acariciar mi brazo nerviosamente mientras esperaba el regaño de Zagiel.
Mi hermano me miró y resopló, pasó su mano frotando su rostro con un poco de exasperación y cansancio.


—Kaylee — su voz era suave y no ruda como esperaba — ¿Qué hacías con ese tipo?
—Zag, lo único que hacía, era queriéndome librar de él.
— ¿Por qué estaba contigo?
—Fue…él…—busqué las palabras adecuadas para evitar que se exaltara —él me detuvo cuando venía camino a casa.
— ¿Por qué venías sola?
—Mariketa se fue, Zohar me dijo que tenía cosas que hacer y en realidad, quería llegar a casa pronto— me encogí de hombros y entonces aquellas palabras regresaron a mi mente.
—Lo sé, nena. Pero…
—Zagiel, ¿Quién es la mascota humana de papá? —le interrumpí con mi pregunta, sus ojos se fijaron en mi, su rostro palideció mientras ese azul intenso mostraba horror, como si le hubiera abofeteado o peor aún, amenazado con una daga.
—Kayla —su voz sonó temblorosa — ¿De dónde sacaste eso?


Miré hacia el piso y comencé a jugar mis manos, retorciendo mis dedos de la mano derecha entre mi mano izquierda. Mordí mi labio inferior completo mientras sentía que temblaba.


—Bueno…yo…lo escuché cuando…cuando estaba llegando al despacho de papá, escuché que el renegado le decía sobre su mascota humana, que la había escondido muy bien y…
— ¡¿Qué más escuchaste?! —su voz se elevó. Se levantó de un salto del sofá y me alcanzó enterrándome los dedos en los brazos por debajo del hombro. —Kayla ¡¿Qué más escuchaste?! —Me zarandeó con fuerza.
—Yo…yo…—mi voz se ahogaba. Sentía un sabor a sal que quemaba mi garganta y supe que por alguna extraña razón me dieron ganas de llorar.


La mirada de mi hermano era intimidante y desconcertante. Parecía realmente enfadado pero al mismo tiempo preocupado y consternado. Pero aun así sus ojos llameaban, aun más que cuando miraba al renegado. ¿Tan malo era lo que había escuchado? Zagiel jamás me había levantado la voz, por más molesto que estuviera, nunca me había gritado, nunca me había mirado de esa forma, ni me había, siquiera, dado un pellizco. La forma en la que me trataba ahora, sentir sus dedos hundirse en mis brazos, aquella fuerza que me provocaba un dolor igual al que me provocaba su mirada.

Finalmente solté un sollozo y mis brazos se liberaron de su agarre, me miró con las pupilas temblorosas al igual que las manos.


—No —dije en un hilo de voz—no escuché nada más —giré la mirada para evitar verlo.
—Kaylee…lo…lo siento…yo…yo no quería hacerte daño —su voz temblaba.


Evité mirarlo, tomé mi mochila y la colgué a mi hombro. Caminé cabizbaja hasta el borde de la escalera. Mi flequillo era de gran ayuda ahora, cubría mi rostro y evitaba que Zagiel pudiera ver mis ojos ahora, el borde rojizo que delataba que estaba a punto de romper en llanto. Subí el primer peldaño y vacilé para el segundo, quería voltear e ir hacia mi hermano, pero me sentí demasiado herida. Terminé de subir todos los escalones hasta llegar arriba, caminé por el pasillo y antes de cerrar la puerta de mi habitación escuché la voz de Sora.


— ¡¿Qué demonios le has hecho a Kaylee?!


Cerré la puerta y me tiré en la cama. Mi mochila soltó un ruido cuando cayó al piso, voltee y la tomé para después deslizar la cremallera y sacar mi cuaderno negro. Tomé una lapicera y comencé a escribir mientras las lágrimas deshacían ese nudo que mantenía presa mi garganta.


“Si mi vida pendiera de un hilo, reventaría en el momento en que se tensara un instante. Sin tener respuestas a una duda que cuelga al final de la delgada línea que separa mi vida. Internando lo desconocido y volviéndolo una tortura que martilla fuertemente lo que debe ser cincelado delicadamente…”


Levanté la lapicera y arranqué la hoja y la hice una bola lanzándola a un rincón, me acomodé nuevamente y comencé a escribir otra vez.


“Una duda igual que una pena, igual que la chispa que aviva el fuego que consume todo a su paso. Que convierte lo conocido en desconocido, y que transforma lo desconocido en la constante tortura de un alma, que lastimera…”


Otra vez, otra hoja más enviada al rincón. Mi cabeza estaba muy abrumada para poder concentrar mis ideas, simplemente me recosté y abracé el cuaderno, cerré mis ojos pero entonces vi los de Zagiel, gélidos y duros. Después de eso, las palabras del renegado golpeaban mis oídos, como si las estuviera gritando a mi lado. Mi boca se resecó, lamí mis labios remojándolos un poco y después, como si algo me hubiera golpeado, una ola negra me envolvió, haciéndome dejar de escuchar, y perder la noción de todo a mi alrededor.



Cuando abrí los ojos, mis parpados aun pesaban, mi boca tenía un ligero sabor a hierro y mi boca se abrió y volvió a cerrarse en un bostezo. Estiré los brazos y me levanté con pasos torpes dirigiéndome al cuarto de baño. Apoyé los brazos sobre los extremos del lavamanos apoyando mi peso sobre la blanca y fría porcelana. Me miré al espejo y vi las marcas secas de donde habían quedado mis lágrimas. El maquillaje no era lo mío. A veces usaba simplemente delineador negro. Y debía agradecer a eso que mi cara no estuviera manchada por el maquillaje, que no había usado antes.

Eché agua en mi rostro y después de secarla recogí mi cabello en un moño mal hecho. Salí del baño y miré el reloj, este marcaba las 8 pero eran las 8 a.m. ¿realmente había dormido tanto? Un día nuevo había comenzado. Tenía que ir a las clases, aunque no me sentía de ánimo para hacer nada. Pero tampoco quería quedarme en casa, no quería ver a Zagiel o a mi padre. No quería ver a nadie en estos momentos, no al menos, hasta que pudiera poner en orden mi cabeza y estar bien conmigo.



El aire estaba más violento que de costumbre, no sabía la razón. Infra tierra no era un lugar por el cual el viento pudiera viajar como lo hacía. Mi cabello me azotaba el rostro, lo sujeté con las manos y me coloqué la capucha de la chaqueta negra de lana. Mi cabello aun estaba húmedo por la ducha. Caminé sin contar el tiempo o medir la distancia, sin darme cuenta de a dónde iba. Un morral negro y desgastado colgaba por debajo de mi muslo derecho, ahí llevaba mi cuaderno de esquinas plata.

Finalmente levanté la mirada, me vi rodeada únicamente de lo que parecían árboles que estaban muriendo, a pocos metros delante de mí había, lo que parecía una especie de arco de mausoleo. La niebla se arrastraba a escasos centímetros por encima del suelo, el césped tenía un color ocre y resonaba cuando mis choclos azul marino caían sobre él. Había un banco pequeño hecho de concreto, perfecto para dos personas. Me senté ahí y mi morral quedó contra el suelo, solté un suspiro cansado.


—No creí que te gustara frecuentar lugares tan lúgubres como este —voltee sobresaltada y vi al renegado recargado de un árbol seco, con las manos en los bolsillos y una delgada y corta varilla de paja en la boca agarrada por los dientes.
—Por lo que veo, no soy la única—en este momento no tenía animo ni de pelear — ¿Qué es lo que quieres?
— ¿Siempre estás enojada, o solo pasa conmigo?
—Resulta una increíble coincidencia que apareces en los peores momentos —miré al piso.
—Bueno… —el árbol crujió cuando el renegado apartó su peso, y lo vi por el rabillo del ojo mientras se acercaba. —resulta otra increíble coincidencia que estés en los mismos lugares que frecuento.


Sentí su cuerpo cerca del mío cuando se sentó a mi lado. No me interesaba mirarlo, pero podía sentir la mirada de él sobre mí. Tenía la boca seca y un nudo en el centro de mi pecho. Sentí su mano rodear mi brazo por debajo de mis hombros, pero esta vez con suavidad y delicadeza. Mis ojos atravesaron su mirada cuando él dijo mi nombre «Kayla», escuché, y la rabia entera comenzó a recorrer mi cuerpo descontroladamente. Sentía mis pupilas temblorosas al igual que mi labio inferior. Me levanté con los puños cerrados pegados a mis costados.


— ¡Tu! ¡Tú tienes la culpa! —le grité.
— ¿La culpa? ¿De qué? —se levantó para quedar a mi altura.


Estaba por dar mi próximo grito hacia él, pero me detuve ¿Qué se supone que debía decirle? ¿De qué debía culparlo? Aun no estaba segura de lo que eran las cosas realmente, y si él… ¿y si él quería hacernos daño a mí y a mi familia?
Sus ojos negros me miraban esperando respuesta, finalmente mis labios se abrieron.


—Si no me hubieras detenido ayer, Zagiel no se hubiera molestado conmigo.
— ¿Tu novio?
—Es mi hermano. Imbécil.
—No es una forma agradable de dirigirte a tu hermano, si lo llamas imbécil posiblemente se moleste más —soltó una risa molesta.
—Tú eres el imbécil. Pero claro ¿Qué se podría esperar de un renegado? —solté una risa sin humor.
—En primera, princesita. Mi nombre es William. En segunda, yo no tengo la culpa de tu mal humor.
—Solo apártate de mi camino, no te cruces más en él, Wi-lliam —dos silabas dichas con sequedad fue el final de mi oración.
—Al parecer mi nombre te causa conflicto —sonrió — te será más sencillo si me llamas Bill.
— ¿Bill? ¿Qué tipo de nombre es ese? —me burlé de él intentando molestarlo, pero él solo sonrió de nuevo.
—Eres la menos indicada para criticar un nombre, Kayla. Sin embargo, te responderé.
—Fue una pregunta retorica.
—Lo sé — sus dientes se mostraron detrás de sus labios en una amplia sonrisa. —Es simple, Bill es el diminutivo de William. Las formalidades se aplican solo en situaciones adecuadas, no necesitas ser tan formal conmigo enredándote la lengua con mi nombre completo.
—Escucha, Bill. Te lo diré una vez más, déjame tranquila.
—No estoy haciendo nada —se encogió de hombros.
—Este es uno de esos momentos cuando sientes que un lugar es demasiado pequeño para dos personas —bufé molesta.
—Creí que el inframundo era lo suficientemente grande para que todos estuvieran en él.
— ¿El inframundo?


Su mirada se oscureció más y después era cubierta por sus parpados mientras negaba con la cabeza.


—No, conoces el mundo en el que vives. Estás más perdida de lo que pensé…

sábado, 18 de mayo de 2013

Capitulo 2 Mascota humana

El tañido sonido de cada paso en ese solitario vacío comenzaba a generar una alteración incontrolable que fue puesta en mitigación en el único banco que se encontraba en ese salón. Los sonidos casi sordos de cada movimiento parecían una tortura, y el silbido de la hoja cortando el viento mantuvo el cuaderno abierto frente a mi. El profesor daba la espalda mientras el rechinar de la tiza sobre la pizarra reanudaba la irritación en cada nervio resultando en un rechinar de dientes que se apretaban mientras el ruido se volvía más estridente y completamente enloquecedor. La resistencia a abandonar el lugar ganaba fuerza con cada nuevo trazo.

Un movimiento más en aquella muñeca putrefacta y acabaría con ese sonido reiniciandose estridente en mis oídos una y otra vez. La paz reinó justo a tiempo, antes de que el instinto asesino impactara contra el zombie incluso en la posibilidad presente de su regreso por una justificada venganza, sosteniendo con ese pensamiento la sospecha de mi ascendiente locura, ahora confirmada.

Y en el engaño del juego de aula a una clase muerta, la atención prestada a través del cristal reubicando los pensamientos a la línea de vida en ese lugar. Todo, desde el primer recuerdo ha sido así, sin distinción del día y la noche que no existiría sin la rutina, las deliciosas meriendas de Sora y el despertador. Sin luna tras el ocaso, sin sol al amanecer. En la subterra el cielo azul era una fantasía que vivía solo de la añoranza, donde al mirar arriba lo único que existía era una mezcla de humos volátiles en tonos verdoso, rojo y gris, que cerraban la verdadera naturaleza de lo que estaba encima de nosotros. Una aurora boreal insípida y triste.

No cielo azul, no nubes, no estrellas. El color del día dominado por el cobrizo matizado en predominante anaranjado que se mezclaba ruidosamente con un púrpura degradado a gris, sin armonía,  sin vida a la cual aferrarse en un calor artificial. Una terriblemente vana imitación de lo que debía ser una atardecer “arriba”. En toda mi vida nunca vi un atardecer en persona, siempre fue Mariketa quien los describía, quien en su vista y recuerdos glorificaba la imagen de un sol oculto en el horizonte mientras mostraba sus últimos rayos de luz. Y entre todas las maravillas, la tecnología obtenida gracias a Zagiel representaba una favorita, un regalo de cumpleaños que no había puesto contento a mi padre.


—Señorita ¿está atendiendo mis palabras?— una voz vacía me resonó de repente rompiendo la ensoñación.
—Lo siento —la disculpa no fue sincera y la mirada hueca lanzó la advertencia.
—Ponga atención.


Los ojos se fijaron al frente mientras mi mente intentaba dibujar aquellos escenarios en un deseo imposible de tocarlos. Una hermosa vista a la luz de la luna llena, una caminata en la playa con el sol acariciando mi piel, con la sensación sedosa de la arena bajo mis pies y el viento haciendo voluntad en mi cabello. Todo reducido a una sola palabra: “Libertad”.

La voz del profesor hacía imposible mantener los ojos abiertos, y en una cuenta de segundos tratando de mantener la atención apareció el reproche mental. No necesitaba nada de esto, se lo había dicho a mi padre. Pero él parecía atender sus propias razones.

La lección terminó, y el zombie me dirigió esas cuencas que solo mantenían un rastro de lo que pudieron haber sido sus ojos y después salió por la puerta. Un pesado suspiro denotó el cansancio y el aburrimiento mientras esperaba por el próximo muerto andante; ¿Música? ¿Francés? ¿Alemán? ¿Ruso? ¿Baile clásico? No sabía qué era lo que seguía. Las cosas cambiaban según el ánimo de cada uno, y en realidad no importaba. No es como si tuviera algo más que hacer.

Tras una espera de diez minutos y sin la vista de ni una sola alma retomé el cuaderno con empastado en color negro y las esquinas enmarcadas en plata. Un regalo de mi padre cuando cumplí 18 que no había sido abierto hasta hace un par de semanas.

La hoja adherida a la segunda página fue nuevamente objetivo de mis ojos, mientras estos bailaban en las palabras que ahí se encontraban un suspiro se colgó junto al pensamiento del significado, cada palabra permanecía presente, haciendo eco un una melodía familiar, tan inmersa que la cercanía a mis espaldas fue notoria hasta que la voz la acompañó. Un vistazo bastó para que el amargo se aferrara a mi lengua y comenzar a descender por la garganta, bajar más y más hasta que la náusea fue inevitable produciendo un dolor ligero, desagradable. 


— Sorpresa, sorpresa —mostró sus dientes cuando me dio esa sonrisa que amenazaba con partir su rostro.
— ¿Acaso no tienes algo productivo en que ocupar tu tiempo? —la atención fue devuelta al cuaderno.
—Tenía pensado ir arriba, estaba pensando invitarte a venir conmigo, pero recordé que tu querido padre mantiene la llave de tu jaula bajo su resguardo.
—Araqiel, puedes guardarte tus comentarios. No me molestan en lo absoluto — una voz monótona provocó la irritación.
—Eres un caso perdido entonces — chasqueó, pero su sonrisa no desapareció, se apretó en un vano intento por ocultar la molestia—. Tendré que averiguar qué es lo que te molesta, Kaylee.
—Kayla para ti. Y eso debiste notarlo al entrar, podría ser… esto— extendí mis brazos en su dirección haciendo un ademán para señalarlo entero.
—Sigues con tu buen humor— me levanté tomando mis cosas.
—Es una lástima que tú lo arruines.


Pasé a su lado, su mano se movió para intentar tomarme del brazo, en un acto reflejo retiré el brazo y extendí la mano, el anillo que adornaba mi dedo emitió destello y el cuerpo de Araqiel quedó completamente inmóvil. La mofa acompañada de un movimiento negativo de cabeza mientras su mirada amenazaba la mía a la inminente huida.

Perderlo de vista no extinguió el problema, la auto-reprimenda repetía el acto casi irresponsable que había desencadenado todas las consecuencias englobadas en su nombre, y ahora debía rendir cuentas a mi padre por haber usado el anillo contra Araqiel. Pensaba en el sermón y el castigo, la distracción pudo haber influido en el equilibrio de no ser por la estruendosa risa que vino después cuando en el intento de incorporarme Mariketa se cubría la boca con las manos. 


—Mariketa ¿Qué se supone que haces?
—Disculpa por hacerte caer, pero parecías tener prisa. ¿No deberías estar en clase?
—Sin profesor, no es mi culpa— levanté las manos en un gesto de inocencia.
—Bueno, entonces quizás deberíamos ir a tu casa, seguramente Sora encontrará algo en que ocupar nuestro tiempo.
—Posiblemente. Aunque creo que no estará feliz de verme.
— ¿Por qué no visitamos a tu padre? Seguramente si le dices que no había zombie para la clase, entonces no te dará un sermón.
—Quizás...


Al final del día él lo sabría. Tenía una forma de saber las cosas que sucedían a mi alrededor, sin importar su naturaleza, no podía esconderle nada, excepto lo de Araqiel. Mariketa había usado uno de sus hechizos para cubrir tal experimento y hasta ahora, había funcionado perfectamente.

Y mientras más se acercaba el no tan arruinado edificio, cada pensamiento llevaba una excusa sobre el uso del anillo, lo cual, me hacía pensar que mi padre en realidad sabía todo alrededor del asunto. La distracción en el paisaje era una pérdida de tiempo al ser exactamente el mismo hundido en niebla, humo, y esos colores invadiendo por completo. Los que se encontraban cerca, o quienes veíamos en nuestro camino eran los mismos rostros de siempre. No eran personas. La palabra para una descripción general podría ser «criaturas». Diferentes en el exterior, pero compartían su mundo.

Conocía a cada uno de ellos desde que era una niña, recuerdos de una infante que nunca les tuvo miedo, que había crecido entre ellos, rostros que conocía de toda mi vida y algunos de ellos, como Sora, eran parte de mi familia.

Mariketa paraba de hablar, su lengua tenía la habilidad de moverse demasiado rápido y pronunciar todo un recital de una hora, reducido a diez minutos. La costumbre a su forma de plática tan ansiosa y apresurada ayudaba, había aprendido a escuchar atentamente palabras clave que me diera una respuesta cuando ella preguntara sobre su conversación.

Y en la línea del camino un minotauro se volteo hacia nosotras, una estatura cerca de dos metros y medio, con el pelaje café oscuro, unos enormes ojos negros, un aro en la nariz y con un cuerno faltante en su imponente cornamenta. Su hocico se abrió y una risa que parecía ser de entusiasmo se dejó escuchar, avanzó rápidamente hacia nosotros y me levantó sobre su hombro sosteniéndome de las piernas.


— ¡Kaylee! Mírate, como has crecido— su voz era grave pero amable.
—También me da gusto verte, Terios— una carcajada temblorosa escapó sin que pudiera evitarlo.
—Basta, bruto animal. Las vas a romper y es la única que tenemos— otra voz hizo voltear a Terios atendiendo de inmediato la llamada de atención al devolverme al piso.
—Asteron, hola— Asteron era de pelaje negro y en su cornamenta, también incompleta, faltaba la mitad de un cuerno.
—Kaylee, realmente has crecido mucho— su voz parecía estar llena de nostalgia—. Aún recuerdo a la pequeña niña que montaba en mis hombros que no podía diferenciarme de un centauro— rió mientras se perdía en sus recuerdos.
—Me alegra mucho verlos, hacía tiempo que no aparecían por aquí.
—Eso es porque últimamente te mantienen muy ocupada— respondió Terios—. Ese padre tuyo, deberíamos hacerle una visita— hizo tronar sus nudillos.
—Quizás así también me dejaría ir arriba— bromeé, pero su expresión se ensombreció.
— ¿Para qué quieres ir arriba? —interrogó Asteron, pero su voz había abandonado ese tono alegre de antes.
—Curiosidad. Es que simplemente… todos han ido, y aún no comprendo la prohibición de mi padre, y bueno...— me encogí de hombros.
—Pequeña —Terios me habló con la voz más dulce que pudo entonar—. Estás perfectamente aquí, ¿Para qué contagiarte de la maldad mundana? ¿Para qué contaminarte sus ambiciones avariciosas, sus vicios, sus malas costumbres?
—Realmente me gusta aquí, pero quiero conocer cosas nuevas, conocer nuevos rostros.


Ellos me miraron con esos círculos negros, la expresión en sus rostros volvió a ser relajada, parecía comprensiva.


—Quizás tienes razón. Aún eres muy joven, es normal que la curiosidad desborde y más de ti. Nosotros hemos vivido mucho tiempo…—Asteron se quedó callado.
—Simplemente no queremos que nada te suceda, Kaylee. Te hemos visto crecer y bueno...
—Yo también los quiero— le sonreí y abracé a cada uno—. Debo irme, iré a ver a mi padre.
—Cuídate, Kaylee. Y visítanos pronto.
—Lo haré.


La caminata se reanudó reuniéndome nuevamente con Mariketa, ella había saludado rápidamente y se alejó un par de metros o más. Las brujas no tenían una buena historia con los minotauros, y aunque Mariketa nunca se vio en un problema con ellos, podrían existir problemas con su «clan» si era vista conviviendo con ellos. Terios y Asteron comprendían las cosas y nunca hubo reclamo.

Y Mariketa no paraba de hablar, yo no dejaba de atrapar esas palabras clave y los conocidos no dejaban de saludar agitando sus manos en nuestra dirección. Pero así como existían Terios y Asteron, también había algunos que afilaban las garras tan solo de verme. 
En Subterra habían llegado los oscuros. Ángeles era a lo que más se parecían. Alados con plumas totalmente negras pero, sin embargo, más pequeñas a las que se pintaban de los ángeles comunes. También estaban los espectros, ayudantes de Azrael, el ángel de la muerte más famoso en Subterra. Pero lo que últimamente había llegado como plaga, habían sido los renegados, los caídos.

Los caídos no eran más que ángeles que habían perdido sus alas por “mal comportamiento”. Aunque no creo que un castigo adecuado por mal comportamiento sea que te arranquen las alas de la forma más dolorosa, además de dejarte caer desde «el cielo». Pero ellos parecían no preocuparse de eso. Eran arrogantes, egoístas, demasiado altaneros. Los vampiros eran arrogantes, pero su arrogancia no alcanzaba la mitad de los caídos.


Cada paso se ralentizó con la cercanía al portón que parecía estar en medio de la nada, el cual, mi padre me tenía prohibido atravesar, y Mariketa había jurado mil veces que ella no lo había cruzado nunca, Zagiel evadía el tema siempre que le preguntaba y Sora… ella ni siquiera me prestaba atención cuando el tema se daba. Los minotauros tenían prohibido hablarme sobre eso y cuando una arpía estaba por abrir la boca, de inmediato fue condenada a la evanescencia.

Y a unos metros estaba el no tan desgastado edificio donde mi padre pasaba largas horas. No sabía que hacía ahí, que trabajo podría tener. El camino hasta el despacho atravesaba un largo pasillopdonde una una mujer de cabello rojizo con la piel purpura y los ojos como dos carbones negros, nos detuvo.


—Kayla, tu padre está ocupado.
— ¿Tardará mucho?
—No lo sé, está con uno de los renegados.
—No sé porque insiste en hacer tratos con ellos— y quizás nunca lo haría.
—No lo sé, deberías preguntarle— me sonrió, aunque estaba haciendo una broma.
—Tienes mucha razón, iré a preguntarle ahora.

Antes de que pudiera detenerme me adentré en los pasillos hasta llegar a la puerta de la oficina, esta estaba entreabierta. Cuando estaba cerca, la emoción de la travesura acompañóla risilla que estaba a punto de ser empleada, pero mis pasos se detuvieron cuando la voz de mi padre se alzó en el eco llevando su conversación a pasear por los pasillos.

— ¡No puedes!
—Sam, Sam, Sam— el tono de su voz llevaba implícita la burla.
—Te estoy advirtiendo. Te ofrecí un trato, algo que te conviene. Es eso, o puedes rendirle cuentas al cazador del inframundo y después disfrutar de unas vacaciones en el purgatorio— mi padre se escuchaba realmente molesto.
—No necesito tus tratos, Samael— ¿Samael, lo había llamado Samael?—. Puedo tener lo que quiera por mí mismo.
—Entonces ¿por qué viniste aquí?
—Me llevó mucho tiempo decidirme, si te soy sincero. Dime ¿dónde está tu mascota humana?— el silenció reinó largos segundos denotando la tensión en mi padre—. Vamos, la has ocultado bastante bien.
— ¿Mi mascota?, William, no sé a qué te refieres con mascota.
—Sabes muy bien de lo que estoy hablando, esa inmunda rata.
— ¡No permito que hables así de ella! ¡Qué hables así de mi hija!

Un calambre en mi pierna me hizo revelar mi presencia, y en la intención de no verme envuelta en problemas tuve que pretender si recién llegar a ese lugar modificando la expresión abrumada por la emoción de una hija escondiendo el desconcierto por todo lo que había escuchado. Mi padre me miró en una mezcla de confusión e inquietud, más correspondió la sonrisa.


—Hola, pa'—. me acerqué y besé su mejilla.
—Cariño ¿qué haces aquí? ahora estoy ocupado— sonaba nervioso y preocupado.
—Lo sé, lo siento. Zohar me dijo que estabas ocupado pero creí que era para evadirme, así que bueno…— me encogí de hombros en señal de culpa.
—Está bien, tranquila.
—No quiero que Zohar tenga problemas.
—No te preocupes, pero debo terminar este asunto.

Fue inevitable examinar al sujeto que se encontraba del otro lado del escritorio. Cabello negro, ojos negros que resaltaban en su piel morena clara, hombros anchos y una sutil belleza que poseían todos los de su tipo. Una sonrisa desagradable se dibujaba en su rostro.

— ¿No, nos presentas?— nuevamente la mofa combinada con algo más.
—Querida, espera afuera, Zagiel no tarda en llegar.
—Mariketa está afuera con Zohar, puedo regresar a casa con ella.
—Está bien. Aunque me gustaría más que esperaras a Zagiel.

En una situación como esa, donde la angustia era palpable no fui capaz de contradecirlo. Un asentimiento bastó como respuesta antes de abandonar la estancia sin escuchar una sola palabra más, sin embargo, las palabras se repetían constantes, instalándose con un dolor que apuntaba a las dudas señalando el hecho de ser a quien se referían. Y al detener el paso frente a Zohar, ella se encontraba sola. 

—Kaylee, Mariketa se fue, no dijo demasiado solo que se adelantaría.
—Está bien, supongo que puedo regresar sola a casa.
—Zagiel no tarda en llegar, si quieres puedes esperarlo.
—No te preocupes me sé el camino— la sonrisa pretendía dar una tranquilidad que no experimentaba por mi cuenta—. Solo no le digas a mi padre.

Ella correspondió la sonrisa asintiendo a mi petición, y simplemente salí de ahí.

Cada paso pesaba, necesitaba analizar lo que había escuchado «mascota humana, inmunda rata.» eso había dicho el renegado, pero después de la defensiva de mi padre la posibilidad de que yo fuera esa rata parecía más un hecho. Sin entender nada, las respuestas, claras y concisas podrían venir solo de mi padre, de Sora o Zagiel. Alguno de ellos debía saberlo, lo sabían, tal vez en el deseo del conocimiento y en deshacerme de la sensación extraña que se había instalado en mi podría pedir verdades como regalo de cumpleaños. En dos semanas cumpliría años, una noche con luna llena según las cartas astrológicas que tenía Astaroth, quien era uno de los amigos de mi padre, un oscuro mano derecha de Azrael. La diferencia entre Astaroth y los otros oscuros, era que él había perdido la capacidad de volar, sus alas no servían más. No sabía que había de malo en ellas, y no quería incomodarlo con esa pregunta.

Demasiado nerviosa, pensativa y distraída para, de nuevo, advertir la presencia que en una sacudida me sostuvo en un fuerte agarre. La reacción fue inmediata en busca de usar el anillo, pero el golpe fue más natural, el puño impactó duro obteniendo como respuesta un grito furioso que deformó el rostro del oscuro. Quizás fue la emboscada, quizás la adrenalina, la reacción de mi cuerpo o los acontecimientos recientes, tal vez el vacío conjunto del abismo en esos ojos hizo que la realidad pareciera extraña, que se deformara en el frágil cristal de la armonía en que había vivido por tantos años, volviéndolo ajeno, de alguien más.

domingo, 12 de mayo de 2013

Capitulo 1

—La luna se alzaba entre las copas de los árboles. Las sombras los cubrían mientras su paso apenas se hacía notar con el golpeteo de los talones que lo pisaban muy levemente,  casi sin rozar el piso. Un paso apresurado, no querían perder la oportunidad, no querían dejarlos escapar. Sus movimientos eran rápidos, agiles, y el silbido quedaba presente cuando su cuerpo ya no lo estaba. A pesar de esa luz azul, no podía verse su sombra.
Un estruendo los hizo alertarse completamente. Un solo parpadeo y los tenían rodeados. Una sola embestida y pronto, todo acabaría. Nos acercábamos cada vez más, cuando de pronto…¡¡BAM!!

La carcajada de Zagiel interrumpió el grito que había soltado Mariketa después de que propiciara tal golpe con un mazo a una de las láminas gruesas de metal que estaban detrás de él.

—Zagiel ¡Idiota! ¿Por qué hiciste eso?

Zagiel reía tan fuerte que soltó un sonido similar a un ronquido o el chillido de un cerdo. Se tapó la boca de inmediato y su rostro adoptó un coorido tono rojo.


—Solo fue una broma. No tienes que molestarte tanto, Mariketa.
— ¿Molestarme? Molestarme es poco. Casi me matas del susto, la próxima vez que quieras hacer una de tus estúpidas bromas, ¡Piénsalo dos veces!


Puso dos de sus dedos extendido frente al rostro de Zagiel.


—Ya basta — rió bajo — ¿Tú no estás molesta verdad Kaylee?
—Claro que no. Mariketa es la que tiene los nervios de punta, no yo. Pero sin duda has arruinado un buen relato.
—Te aseguro que de bueno no tenía nada. Podrás dormir tranquila de saber que no fue tan interesante.
—Cualquier cosa relacionada con el exterior es interesante para mí.


Estiré mis piernas y me levanté. Con el reflejo del fuego aún sobre el rostro me giré para darle la espalda a mi hermano. A veces Zag podía ser demasiado irritante,  y sin duda había arruinado completamente la noche de fogata. Nunca comprendí porque hacíamos estas noches, no es como si fuera necesario. En un principio lo hacíamos para salir de rutina, pero ahora ¿Qué no se había vuelto eso? ¿Una rutina?


Bajé las manos, pegando mis brazos a mis costados.


—Cuando tengas ganas de contar algo un poco más serio, me avisas.


Caminé de vuelta a casa, a lo que yo conocía como un hogar. Al cruzar el umbral de la puerta escuché una voz grave proveniente de la estancia.


— ¿Tan pronto de vuelta?
—Sí. Zagiel comenzó con unos de sus intentos para parecer gracioso.
— ¿Te molestó?
—Un poco. Parecía un buen relato.
— ¿Sobre “arriba”?
—Si — suspiré y me dejé caer sobre el enorme sillón.
—Últimamente esos temas atraen mucho tu atención.
—Es algo que no puedo evitar. La subterra es lo único que conozco desde hace 19 años. Quiero ver que hay arriba. Conocer otros rostros, ir al colegio…
— ¿Colegio? Eso no es algo que una chica de tu edad diría Kaylee.
—Lo sé. Pero si lo diría una chica que no lo ha hecho nunca.
—Tienes los mejores profesores aquí.
—Papá. Realmente ¿Quién aprobaría el certificado cedido por un… zombie?


Él soltó una carcajada grave que resonó por toda la sala. Me miró con sus enormes ojos amarillos y me dedicó una sonrisa.


—Pequeña, siempre con tan buen humor. Quizá Zag necesite que le enseñes un poco.
—No era broma, es la verdad. Quiero convivir con personas, con chicos y chicas de mi edad. Conocer a alguien.
—Conoces a muchos.
—Me refiero… a alguien como mamá y tú.


Su sonrisa se borró y su mirada cansada se volvió hacia mí. Sabía que no le gustaba hablar sobre mamá, siempre que mencionaba solo esa palabra, sus ojos se volvían oscuros y serios, completamente inexpresivos albergando solo un profundo vacío.


—Kayla, sabes que las cosas son distintas para cada uno. No quiero que nada te suceda.
—No va a pasar nada. No lo entiendo — resoplé con igual cansancio —no me dejas ir arriba. No me dejas cruzar el portón.
—Sabes que lo tienes prohibido.


Su voz era fría mientras parecía comenzar a enfadarse. Siempre lo hacía después de tener esta conversación, ni un solo día que se diera el tema, podíamos terminarla.


—Estoy cansada, iré a dormir.


Besé su mejilla y me dirigí hacia las escaleras, pero su voz me detuvo nuevamente.


—Kaylee, sabes que todo lo hago por tu bien.
—Lo sé —suspiré.
—Otra cosa. Son las 6 de la tarde, no creo que tengas sueño a esta hora.
—Cierto, en realidad estoy hambrienta.


La tranquilidad volvió a su rostro y una sonrisa levantó las esquinas de sus labios.


—Sora preparó panecillos. Está en la cocina.


Le sonreí pero no pronuncié palabra alguna más. Me dirigí en grandes pasos hacia la cocina donde Sora estaba de frente al horno. Sora era alta, tenía cerca de dos metros, el cabello color plata y tan largo que cubría por completo su espalda llegando a su rodilla, pero siempre lo mantenía preso de una trenza. Sus ojos eran dos puntos completamente azules, sin iris, sin el blanco rodeándolos, solo azul, tan grandes que parecían dos gemas pegadas a su rostro completamente blanco casi transparente a las delgadas venas azules. Su delgada figura mantenía unas piernas que mutaban en sus muslos en un par de piernas de venado. De su cintura colgaba una falda que cubría por encimade la rodilla, más su abdomen estaba desnudo siendo lo único que cubría su pecho una especie de corsé que parecía había pertenecido a una armadura dorada. Su edad era incierta, y en un pasado un juego de adivinanza acercó a los 350 años.


Sora se volteó y me miró con una sonrisa, sus dientes, en fila y amarillosos se mostraron en mi dirección. Le respondí con igual entusiasmo que mostró mis dientes. 
Al contrario de Sora, yo mantenía una estatura que alcanzaba apenas los 1.72 m de alto. Mi piel era menos blanca, mucho menos que la de Sora, mi cabello era completamente negro y el largo llegaba asomaba unos centímetros debajo de mi hombro. En el pasado solía llevar un flequillo que nacía desde un lateral del nacimiento del cabello y terminaba debajo de mis pómulos, un flequillo de protesta que Zag detestaba, pero que su periodo terminó en un par de meses. Mis ojos eran de un tono grisáceo, y a diferencia del gusto de moda de Sora, la vestimenta diaria no parecía tan glamorosa.


— ¿Hambrienta, Kaylee?— en contraste con su apariencia, la voz que enunciaba mi nombre parecía una dulce melodía. 
—Si, bastante.
—Me alegra escuchar eso. Estos panecillos me han quedado deliciosos, los rellené con un poco de chocolate, unos con vainilla y otros con una exquisita crema de fresa.
—Y todos lucen de-li-cio-sos.


Sora siempre cumplía mis expectativas cuando se trataba de la cocina. Sus postres eran los más deliciosos que jamás hubiera probado alguien. Sus guisos eran exquisitos. Siempre me hacía comer mucho y me empalagaba con todo tipo de galletas, pasteles y otras golosinas.


—Hice muchos y todos para ti. Espero por lo menos hacer que tus mejillas se vean como cuando eras pequeña. Antes podía apretujarlas fácilmente y ahora, ahora apenas y puedo tocarlas.
—No exageres, Sora. Aun puedes. —reí por lo bajo.
—Quizá si exagere un poco, pero te ves tan tierna con las mejillas regordetas.


Menee la cabeza en negación mientras reía y tomaba un pastelillo que se veía prometedor. Le di un mordisco grande y la crema de fresa cayó por mi labio hasta mi barbilla. Estaba realmente delicioso, que en la exageración casi me vi desde fuera de mi cuerpo con las mejillas sonrosadas y en mis ojos puestas un par de estrellas. Sora sonrió ante mi reacción y puso un vaso con leche tibia, lo bebí para pasar el pastelillo.


—Te dije que estaban deliciosos.
—Mmh — tragué — nunca dudé de ti.


La puerta se escuchó y después la voz de Zagielen compañía de alguien más. Zag fue el primero en entrar a la cocina, con los ojos cerrados e inhalando tan fuerte que podía escuchar el viento hundirse dentro de su nariz. Zagiel, a contrario mío, era alto, de 1.90 metros de altura. Su cabello eran de un color dorado cobrizo y sus ojos de un azul intenso que a diferencia de Sora, mantenía su iris y el blanco rodeando al azul. Su piel era más bronceada sin parecer excesivo ya que también podía notarse la falta de luz de sol en ella. Era —según Mariketa — ordinariamente atractivo. Aunque siendo mi hermano, yo estaba acostumbrada a verle.


— ¿Son panecillos lo que huelo?— nuevamente el sonido del viento al inhalar.
—Ni se te ocurra ponerles una mano encima, Zagiel— Sora advirtió amenazadora, señalándolo con la cuchara con que batía la masa—. Los he hecho para Kaylee.
—Si, por supuesto— él la ignoró completamente y tomó uno en cada mano dando un mmordiscode forma alternada.
—Te dije que eran para Kaylee, tremendo cabeza de troll.
—Te apuesto a que un troll no es tan guapo como yo.
—No — dijo Mariketa entrando a la cocina—. Pero tiene más cerebro que tu.


Sora rió divertida, aunque el comentario no tenía mucha gracia. Mariketa era mi amiga desde que éramos muy niñas. 1.60 de altura, cabello rubio y rizado, con piel particularmente bronceada. Ella ha tenido más suerte que yo, ha podido ir arriba más ocasiones de las que he podido anhelar. Es delgada y con unos enormes ojos verdes. Tan bonita como una muñeca. Ah, y olvidaba mencionar que es una bruja esplendida.


—Mariketa, linda. Lo que pasa es que tu estás enamorada de mi, y hasta el momento en que lo aceptes yo podré dar el siguiente paso.
—Zagiel, preferiría salir con un Treant o un ciclope que contigo.


Sora rió de nuevo. No sé porque le parecía tan divertido que se burlaran de los desdichados como los treant, esas criaturas eran tranquilas. Mitad hombres y mitad árboles.


—Ya basta chicos — intervino Sora—. Mariketa ¿tienes hambre? Acabo de hacer unos pastelillos deliciosos— Zag abrió la boca y después la cerró en un gesto mudo.
—Pero ¿Por qué a ella si le das?— protestó.
—A las chicas hay que consentirlas, además ellas necesitan más de estos postres, míralas están tan delgadas.
—Pero yo — protestó de nuevo Zag—. Estoy en desarrollo también.


Sora puso los ojos en blanco y le acercó una bandeja con pastelillos. Después nos ofreció más a Mariketa y a mi. Detrás de los pastelillos venían unas galletas de avena con chispas de chocolate. Sonreí como una niña pequeña y comencé a comer todo lo que podía.

Terminada la merienda estábamos sentados en los sillones de la sala, completamente satisfechsa, totalmente esparramados en la tela color nuez moscada. Sora se acercó a mi y me sonrió como si fuéramos cómplices de algún delito. Sacó un paquete envuelto en papel marrón y me lo dio. Con la curiosidad desbordando de mi — como ya era mi costumbre — abrí deprisa el paquete, mi sonrisa se ensanchó tanto como la de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas.


— ¡Me encanta!— la abracé.
—Lo sabía ¿terminaste el otro?— me dijo mientras sus largos brazos se envolvían a mi alrededor.
—Si, lo he hecho, ha sido fantástico. Estoy pensando completamente en teñir mi cabello de azul.


Sora echó a reír a carcajadas y después me miró con las pequeñas arruguillas de los ojos a causa de su risa.


—Está perfecto así — me dijo tomando uno de mis negros mechones.
—Gracias. Solo bromeaba, es simplemente que… me atrapó mucho la historia— en ese momento mi voz se apagó.
—Ay, mi hermosa niña— Sora me tomó las manos y me hizo sentarme de nuevo— seguro podrás tener tu propia aventura. Aunque esos son solo libros, la vida es muy distinta a todo lo que está escrito en ellos— la miré como cuando un niño abre un regalo y no es lo que esperaba, con un poco de decepción—. Kayla, después no me vengas con que quieres que un serafín venga a por ti a bajarte la luna y las estrellas.


Su voz tenía humor, sin duda trataba de que el mío mejorara. Logró hacerme sonreír. Tomó mi rostro por debajo de mi barbilla y me dio una corta caricia. Sus esferas azules me contemplaron un momento y después sus parpados se cerraron y me miró bajo esas largas y plateadas pestañas.


—Ahora, vete a dormir— besó mi frente.
—Si. Mañana tengo clase con el zombie de historia.
—Esos profesores no pueden ser tan malos— murmuró Sora.
—Vaya que lo son. ¡Están muertos!— mi voz fue chillante, tan aguda aguda que algo se atoró en mi garganta haciéndome toser después.


Sora rió bajo y después meneó la cabeza en negación con una sonrisa que decía «¿Qué voy a hacer contigo?» Tomé camino rumbo a mi habitación. Sabía que era de noche, porque mi cuerpo me decía que estaba cansado. Porque siempre a las 6 de la tarde, Sora tenía listos los postres para merendar y cuando terminábamos leíamos juntas un par de horas, a excepción que tuviéramos visitas, como Mariketa. Mi reloj también me indicaba cuando llegaba la noche. Mi padre y los cercanos a mí, lo llamaban subterra. Pero solo lo hacían conmigo, lo escuché una vez llamarlo inframundo.

Las diez en punto de la noche, eso marcaba mi reloj. Me quité la ropa que llevaba puesta y me puse un conjunto de algodón, una vez bajo las sábanlasme envolví en la suavidad de ellas. Pronto mi calor corporal estuvo armonía con la cama atrapandome en el letargo hasta un sueño profundo.



Un ruido estridente retumbaba en mis oídos, mi brazo salió alargándose hasta golpear el botón encima de mi despertador. Quité las cobijas que cubrían mi rostro. Mi boca se movió pero no dije nada, solo eran sonidos de —me acabo de despertar — me levanté y fui en dirección al baño con el cabello apelmazado del lado donde me había quedado dormida, lo demás estaba enmarañado y casi podría pasar por la Gorgona en persona.

Una rutina de rostro limpio con agua fría para despertarme completamente antes de la ducha ordinaria y el agua terminó de abrir mis párpados. Sin tantas ceremonias, sin tantos detalles, lista para otro magnífico día en el mismo cielo gris, con los mismos rostros conocidos y el mismo camino que tomaba diez minutos hasta el aula de clases. Algo que simulaba un instituto pequeño pero que más parecía un escenario improvisado. Respiré hondo, empujé la puerta, y levanté la mirada para ver al zombie del día.

jueves, 9 de mayo de 2013

Prologo

Negro, gris, blanco, ruido, silencio, frío y dolor...

Es en lo que todo sentido en mi se resume, la vista que se mantien fija sobre mi me devuelve el mismo frío del sitio donde permanezco tumbada, el ahogamiento del silencio del vacío y el ruido del todo, sintiendo mis manos mojarse con las aguas de este pacifico mar mientras el golpe de la olas rompe con las rocas. Viendo el cielo negro, entre ese triste y oscuro color se atisba un gris de nubes tristes, el blanco resplandor de los relámpagos que consigo traen los estruendos. Mirando esta tormenta proseguir y arrastrarme consigo en su amargo llanto que humedece la tierra, que moja mi rostro y penetra en mis ojos los cuales no pueden llorar, se han secado las lagrimas pero ese nudo permanece...

Al igual que mi cuerpo permanece tendido sobre el frío, aun no puedo comprender, no entiendo la razón; me encontraba volando tan alto y ahora... ahora simplemente me desplomo.

Y el dolor no cesa. Fue tan solo un instante, y el miedo se hizo presente, vi caer una a una cada pluma blanca tintada con ese carmín que solo la sangre puede otorgar. Vi manchada mi ilusión y arrancadas mis alas dejando en mi espalda las heridas, abierta mi piel y el dolor adherido a ella, vi caer completamente aquella nube de plumas enrojecidas, envolventes, mientras mi cuerpo se despdesplo. Tan alto el descenso que vi a los ojos mi muerte.

Finalmente el encuentro en el impacto al crudo golpe de las rocas, al fondo del acantilado, sentí los filos de ellas incrustarse en mi piel herida, más aún en ese estado mi corazón permanecía latente, escuchaba claramente cada uno de esos golpes en mi pecho, como queriendo abandonarlo, en un momento comprendí que estaba condenada a una larga agonía...


Fue ese tardío instante que desee haber cambiado mi destino, aceptar aquel ofrecimiento. Prefería ser aquel ángel caído, vagar en las sombras. Pero no. Seguí siendo leal a lo que consideraba mi camino, sin embargo, ahora me arrepiento. Ese blanco, ese color puro era solo un disfraz, querían elevarme tan alto, llenarme de ilusiones, tomar mi alma cuando más pura se encontraba. Y creyéndome en la cima, surcando los cielos a mi placer fue que cortaron mis alas, un solo golpe y todo cambió. En ese momento simplemente sentía la fuerza atraerme al piso, plantarme sobre la tierra, y el viento envolverme haciéndome ensordecer, cerrando los ojos esperando el final, pensando que al momento de llegar todo terminaría, pero eso sería solo el comienzo.


Ahora simplemente me encuentro con la mirada al cielo, observando la tormenta, deseando ese negro que pude haber tenido en evasión a la traición, envidiando el color gris de las nubes, ese gris que conforma parte de las sombras que yo hubiera atravesado, contaminando ese blanco que alguna vez fuera mío, convirtiendo ese ruido y transformando el silencio, abrigandome del frío y teniendo dominio del dolor manteniendo a salvo mi alma y corazón.


Más mi elección diferente firmómi tragedia, una mala opción. Ahora no no hay lugar para los arrepentimientos simplemente quiero terminar con mi dolor, más estoy condenada, pcondencon creces el precio en una prolongada agonía, cautiva mi existencia 
en una eternidad tortuosa que en juramento proclamé jamás existiría.


Cerraba nuevamente el cuaderno. Con esa se sumaba una vez más, 32 veces exactas. 32 veces había leído esas líneas de una hoja maltrecha pegada en su cuaderno. Había transcrito aquella composición para evitar perderla cuando la tinta se borrara de la vieja hoja. Era una de sus favoritas. No lo había escrito ella, pero sin duda deseaba haberlo hecho.

Sin saber realmente de donde provenía. La encontró junto a las cosas que se encontraban arrumbadas en un rincón. Cajas, libros viejos, cuadros, alhajas, viejas cadenas, armas. ¡Sí armas! Su vida era distinta a la de los demás. Pero tenía el amor y calidez de una familia que la procuraba. Un hermano sobre-protector y un padre que la consentía, pero también era muy estricto cuando debía serlo. No conocía a su madre, puesto que había muerto cuando ella era un bebé, o al menos eso le habían dicho todos.

Con todo lo que tenía a su alrededor le era fácil asimilar las cosas. Su infancia no fue común, su vida completa no lo había sido los últimos 19 años, sin embargo, no se quejaba de su vida, siempre se decía cada mañana ¿Que más podría pedir? Pero en el fondo, aun quedaba un hueco. Un hueco que aun no podía llenar. Había creado un amor por la poesía, la literatura. Clásica, contemporánea. Romántica, trágica, fantasía... Lo que fuere ella lo leía, podía quedar enganchada días completos con un buen libro y sin embargo, nunca se sentía... "llena" 

Miraba a través del cristal, pero siempre era igual. Deseaba salir, poder conocer lo que le era prohibido. Suspiro tras suspiro, día y noche. Y en su mente trazando historias que deseaba poder cumplir.




Bienvenidas nuevamente a este su blog ^^ estoy muy contenta de poder estar con ustedes nuevamente compartiendo más de lo que surge de mi cabecita loca. Espero les guste esta nueva historia, sé que ahora las cosas no son muy claras, pero poco a poco comprenderán. Saben que cualquier cosa pueden decirla.

Espero poder complacer su "hambre" literaria con esta nueva historia, se cuidan mucho y nos leemos la proxima.